El precio, la calidad, las habitaciones, el garaje, la piscina… no hay duda de que son informaciones determinantes a la hora de comprar un piso. pero si queremos ser realmente felices, hay que tener en cuenta otras cosas:

La vista horrorosa. Levantar las persianas y ver una hermosa pared de ladrillo. Si vamos a vivir casi toda la vida en un piso, vale la pena buscar una vista que nos haga la existencia menos infeliz: un parque, una montaña, un río… incluso el ‘skyline’ de Barcelona.

Los vecinos escandalosos. Maleducados, tienen camadas de perros ruidosos, están todo el día peleando y escuchan la televisión en el dormitorio justo encima del nuestro… hasta las tres de la madrugada. Y si el piso no tiene buenos aislantes, ¡horror! nos quedan 30 años de sufrimiento.

La luz que no llega. Un magnífico día de sol… que no llega a nuestras ventanas porque nuestro piso está orientado al norte. Hay personas que se alegran con solo ver la luz del sol, y se deprimen con las sombras. ¿Te vas a arriesgar a pasar una vida en la penumbra?

Los olores insoportables. Salir al balcón y respirar el aire contaminado de una fábrica de abonos nitrogenados. Peor: estar pendiente de por dónde sopla el
viento, porque sabes que tarde o tempano, te traerá las miasmas de la fábrica de zinc, la recicladora de basuras, o la piara de cerdos con sus olorosos purines.

Ruidos indecibles. El piso tiene un paisaje hermoso, los vecinos son encantadores, la luz entra a raudales y huele a jazmín, pero cada cinco minutos pasa un avión por encima de tu casa. Lástima, no viste ese aeropuerto. Hay versiones peores como vivir al lado de un parque donde se celebra botellón.

 
Escrito por: Carlos Salas (colaborador de Idealista News)