La llegada del otoño suele ser el momento en el que preguntarse por el sistema de climatización de una vivienda. Y es que la bajada de las temperaturas lleva a pensar en la mejor manera de calentar una casa. Una pregunta que también deben hacerse los compradores de obra nueva, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos y cada vez más extendidos sistemas.

Me refiero fundamentalmente al suelo radiante, que destaca por su eficiencia, dado que trabajan a temperaturas menos elevadas, alrededor de los 40º, frente a los radiadores convencionales, cuya temperatura inicial de funcionamiento está en torno a los 80º. Una significativa diferencia, unida a un reparto uniforme del calor por toda la casa, que tiene su reflejo en el bolsillo del ciudadano, ya que el ahorro puede ser hasta del 30%, abaratando así la factura eléctrica. Además de ser más confortable, puesto que el calor tiende a subir por lo que poner el foco en el suelo genera mayor confort en la estancia.

Es cierto que al compararlos con otros sistemas de calefacción, los suelos radiantes requieren de una mayor inversión inicial, lo que en algunos compradores de obra nueva puede suponer un coste extra difícil de asumir en el maremágnum de gastos aparejados a la adquisición de una vivienda.

No obstante, el retorno de esa inversión resulta prácticamente inmediato. Sea como fuere, para una mayor eficiencia energética y, por ende, un mayor ahorro económico, es recomendable recubrir las superficies con cerámica o piedra natural, dado que tienen muy buena conductividad térmica, lo que supone evitar perdidas de calor y trasmitir mejor el calor.

Pero al margen de la nada desdeñable ventaja económica, el suelo radiante es considerado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) la opción de calefacción más saludable, debido a que como distribuye el calor desde el suelo hasta el techo, mantiene los pies más calientes que la cabeza. Y ello contribuye a mejorar el confort y bienestar en casa.

Por otra parte, al tratarse de un sistema completamente invisible, conlleva una serie de mejoras estéticas, esquivando la necesidad de instalar vistosos radiadores que, a su vez, quitan espacio a las estancias. De esta manera, las viviendas con suelos radiantes suelen tener más espacios de almacenaje o para decorar al gusto de cada uno. En cambio, es cierto que estos sistemas pueden hacer perder unos centímetros de altura en los pisos, pese a que ya hay soluciones con muy poco espesor que se pueden instalar en reformas, no reservadas exclusivamente para obra nueva.

En la lista de las principales ventajas de los suelos radiantes no puede faltar la higiene, pues estos sistemas eliminan cualquier corriente de aire y, por tanto, también de partículas nocivas, a diferencia de lo que ocurre con algunas bombas de calor. En este sentido, la calefacción radiante tiende a absorber la humedad, ahuyentando las posibilidades de que aparezcan bacterias y hongos, y ayudando a mantener una buena calidad del aire interior.

Finalmente, en contra de lo que pudiera parecer, el mantenimiento de estos sistemas de climatización resulta muy parecido al de los radiadores convencionales, en la medida en que también debe extraerse periódicamente el aire para eliminar posibles burbujas. Sin embargo, no es necesario tener que ir habitación por habitación, sino que todo el sistema queda centralizado en un armario colector, desde donde se distribuyen los tubos a cada estancia.

En definitiva, instalar o no suelo radiante es una decisión importante. Los costes iniciales pueden espantar la idea de la cabeza de más de uno, pero no sólo se trata de un gasto, sino que puede resultar una inversión. Y rentable.

 

Artículo escrito por Sandra Barañano, directora técnica de Cuida Tu Casa

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