17Feb2017
Desde 2005, sin ella, no se reconocería la silueta que perfila Barcelona en el cielo. Pero no hay forma que encaje en suelo firme. Es la torre Glòries, aunque casi nadie la conoce por su nombre real. Se le apodó Torre Agbar por albergar desde su inauguración la sede de Aguas de Barcelona (Agbar). Y así fue durante los diez años sucesivos. Pero pocos más huéspedes acogieron sus más de 30.000 m2 para oficinas. Durante sus primeros años, en 2006, entró a vivir la redacción del diario gratuito ADN en su séptima planta y en 2008, la compañía de Tecnologías de la Información Bull, para ocupar 961 m2 de la planta 23. También albergó Mediapro. Todos, al final, acabaron marchando.

Polémico rascacielos

Todo lo emblemática que resulta su arquitectura exterior es lo engorroso de gestionar en su interior. Con forma cilíndrica, Jean Nouvel y Fermín Vázquez diseñaron la obra influidos por dos de los símbolos más representativos de la cultura catalana: el legado de Gaudí en la ciudad (sobre todo, la Sagrada Familia) y la sierra de Montserrat. Sus plantas, sin aristas ni caras, se cubren con más de 4.500 huecos de ventanas rectangulares recubiertos por 56.619 lamas de cristal translúcido. La luz y el juego de reflejos a través de esos ventanales, seña de identidad de Nouvel en sus obras, es la particularidad del edificio.

Con todo, se construyó sin olvidar quién sería su principal inquilino y sus necesidades, Aguas de Barcelona, quien solo ocupó 19 plantas de las 34 que alza la torre. La forma se ideó para evocar al agua, pero todas esas ventanas y esa forma de planta circular no invitan a unas oficinas demasiado prácticas, pese a su atractivo arquitectónico. Lo que parecía ser el despegue de la plaza Glòries, no se libraba de la maldición la glorieta.

En noviembre de 2013, Aguas de Barcelona vendió el edificio al fondo andorrano Emin Capital. Los empresarios andorranos acordaron que Agbar seguiría siendo su inquilino hasta agosto de 2015. Emin Capital vio ahí una posible salida al icónico inmueble: un hotel de lujo. Desde CiU, el que fuera el partido que dirigía entonces el gobierno municipal, se mostró optimista con la propuesta de Emin y desde el Ayuntamiento celebraban que Barcelona atrajera inversiones internacionales. En esos momentos, el proyecto vivió su punto más álgido. Cerca tenían un hotel Me by Melià, que daba al distrito de negocios por excelencia de la ciudad una oferta hotelera a la altura de las propuestas empresariales de la zona. Pero más allá de las salas de reuniones, los hoteles en esa zona no cubrían sus expectativas. El lujoso hotel Me, por ejemplo, pasó a ser un simple Melià.

No iba a ser fácil darle salida a la nueva identidad de la torre Agbar. Para transformar el edificio en un hotel era necesario un cambio de licencia de uso y modificar el planeamiento urbanístico con el que se construyó. Las plantas están construidas libres de columnas. La altura del techo es 2,60 metros. Todo eso debía reformarse para darle una nueva imagen interior. Emin Capital formalizó la solicitud de obra en 2014, por lo que la moratoria impuesta por el equipo de Colau, el gobierno municipal que entró en 2015, no debía generar problemas al proyecto de Emin. “Demostramos que estábamos fuera de esa moratoria de construir nuevos hoteles en la ciudad”, cuenta Jordi Badia, directivo de Emin Capital.

No esperaban tener los problemas que les dio la torre Deustche Bank de la Diagonal, pero en septiembre de 2015 tuvieron que hacer una nueva petición de obra para Agbar. “Mandamos los planos del proyecto, debía ser revisado hasta por el instituto municipal de Parques y Jardines (regidoría de Ecología, Urbanismo y Movilidad) porque íbamos a implantar árboles”, detalla Badia. “Si la reforma de un piso necesita quince días para disponer de licencia, un hotel de ese tamaño requería de 6 a 8 meses. Después de 15 meses seguíamos sin tener señales del Ayuntamiento para disponer de licencia”, lamenta Badia.

Durante todo ese tiempo, desde agosto de 2015, el edificio quedó vacío. Pero no libre de gastos: luz, impuestos, mantenimientos, seguridad... Seguían corriendo a cuenta de Emin Capital. No le estaba saliendo rentable la operación. La ley obliga a dar una respuesta por parte del Ayuntamiento si aprueba, o no, la licencia. “Podríamos ir a Tribunales, pero sería estar muchos años batallando”, confiesan los empresarios andorranos. “No veíamos la luz al final del túnel”.

El Ayuntamiento recibió de forma oficial el jueves 12 de enero la desestimación por parte de Emin del proyecto de adecuación a hotel de la torre Agbar. Desde el Ayuntamiento aluden a “una decisión estrictamente del promotor del edificio, que pudo tramitar la licencia hotelera porque disponía de un certificado de aprovechamiento urbanístico”. En todo este tiempo, el Consistorio ha estado revisando la licencia y analizando que se adecuara a la normativa vigente, y se han limitado a actuar “como en cualquier otro proyecto”, explican fuentes del gobierno municipal. Finalmente, está en manos de la socimi Merlin Properties, que le dará un uso de oficinas, algo que también impulsará un mercado escaso en el distrito 22@.

Torre Agbar, ¿hotel imposible?

Desde el inicio de la operación de compra, el fondo de inversión Westmont Hospitality Group (WHG) estuvo con Emin en el proyecto hotelero. Hicieron una ampliación de capital en septiembre de 2016 con la intención de dar tirada a la futura obra. Sabían que les costaría desterrar la marca Agbar de la torre, pero no tenían dudas de su rentabilidad. “Un hotel de 416 habitaciones iba a ser un éxito en la zona”, dicen desde Emin. La cadena hotelera norteamericana Hyatt iba a ocupar la torre y, de esta forma, estrenarse en España.

Bruno Hallé, consultor especialista en turismo y directivo de Magma Hospitality Consulting, nunca vio claro el proyecto del gran hotel en Agbar. “Veo a Glòries verde para poner un productazo 'high' de 500 euros la habitación. Glòries, hoy por hoy, no tiene peso hotelero”, valora Hallé. Según el consultor, un hotel ‘fashion’ como lo fue el Me unos metros más abajo en la misma calle, Diagonal, demostró que es complejo. “Si te propones un hotel de lujo, debe tener piscina, terraza, jardines... Y deberían trabajar mucho el edificio para que así sea”, explica.

Hallé, en cambio, sí ve salida como oficinas: “entre las obras de la plaza y su soterramiento, el auge del barrio, la cara lavada del mayor centro comercial de la ciudad de vecino... Todo ello le dará un buen enfoque y será una apuesta ubicar nuevas oficinas en la zona”.

Por su parte, también tiene su postura ante la moratoria de Colau y su equipo, cuya propuesta “no va a ayudar a reducir turistas”, una demanda que sigue creciendo, “sino que va a perjudicar en la oferta de camas en la ciudad si sigue impidiendo construir hoteles”. Según Hallé, es una propuesta incongruente: “Está haciendo un buen trabajo contra el alojamiento ilegal, pero no tiene sentido que prohíba más hoteles. Si cierras el grifo a los proyectos hoteleros, solo hará que crezca la demanda en camas ilegales”. Además, cree que si no se innova en hoteles en la ciudad catalana, “provocará que las cadenas hoteleras de prestigio apuesten por Lisboa, Milán, Madrid... Y acabarán arrinconando Barcelona”.

Artículo publicado en:Idealista.com